sábado, 26 de abril de 2008

LA MODERNA AMERICA ANTIGUA

INTRODUCCIÓN

El suelo colombiano fue poblado por nómadas de origen asiático aproximadamente catorce mil años atrás. La vida sedentaria comenzó hace seis mil años. La orfebrería que posiblemente nació en América en el centro del territorio Inca (aunque se considera probable su origen en el suroeste de Asia) tan sólo surgió unas pocas centurias antes de la era cristiana. En los siglos XV y XVI la orfebrería colombiana alcanzó su mayor florecimiento, al interior de sociedades tribales llamadas cacicazgos.
Estas piezas de orfebrería estaban asociadas a otros objetos tanto de uso cotidiano como de uso ritual, e incluso sagrado: cerámicas, textiles y esculturas, entre otros. Estos objetos han permitido a la antropología actual inferir que tal orfebrería representaba no sólo una cultura material diseñada para la vida cotidiana, sino también, y en conjunción necesaria con los valores que se otorgaban a tales actividades diarias, de un arte en pleno auge de expresividad y contemporaneidad, caracterizado en su etapa final por el claro cuidado de la composición y el equilibrio de la geometría. Como expresión estética de primer orden en su sociedad, definió nuevos procesos específicos que caracterizaron su propia individualidad en cuanto a materiales, formas y usos.

Por su libertad de concepción formal y de uso de materiales y símbolos, esta orfebrería parece tener ciertos planteamientos similares, estéticamente hablando, a los del arte moderno.

Por su limpieza de trazo, simplificación progresiva de líneas y economía de recursos, con una clara tendencia hacia la abstracción en su época final previa a la conquista española, así como por la inclusión del arte en los objetos de uso habitual dentro del ámbito doméstico, quizás sea posible que, salvando las grandes distancias y las obvias diferencias, nos hallemos frente a una postura compositiva que permite entrever ciertos paralelos sorprendentes con los planteamientos estéticos de la Alemania de los 1920´s, y específicamente, los de la Bauhaus.






EL ARTE INDÍGENA





Entre el siglo V a.C. y la conquista española, en el XVI d.C., una metalurgia preciosista imprimió su huella sobre el territorio colombiano como en pocas regiones del mundo haya sucedido en época alguna. En el área andina y en los litorales del mar Caribe y el océano Pacífico, surgieron cerca de una docena de estilos diferentes, se elaboraron miles de piezas de ornamentación y de ofrenda con las más variadas representaciones de hombres, animales, seres fantásticos y figuras geométricas, combinando técnicas sobre diferentes aleaciones.
La generalidad de esa actividad artística se fortaleció bajo condiciones de prosperidad económica, ya que durante la época en la que se inicia la metalurgia, las sociedades indígenas habían alcanzado ya una producción agrícola estable que complementaban con la caza y la pesca.
Una compleja filosofía que explicaba el origen del mundo y las relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza, fue plasmada por los artífices indígenas por medio de diferentes patrones estilísticos que se repiten y renuevan, que evolucionan sobre sus piezas fabricadas en metal. Gran parte de las piezas fabricadas en oro, tumbaga y cobre, tienen un carácter religioso y simbólico que las explica y justifica. Sus objetos, sus piezas, no fueron joyas para realzar la presencia del individuo, para la vanidad, sino objetos sagrados que formaban parte de principios e ideas religiosas fundamentales para toda la sociedad.
Aunque en la Colombia prehispánica las formaciones sociopolíticas no alcanzaron el nivel de estados, sí existieron autoridades políticas y religiosas centralizadas. Los caciques y chamanes vestían grandes y complejas piezas de oro que narraban rango y autoridad en el caso del primero, y capacidades mágicas y conocimiento del hombre y la naturaleza en el segundo.

La función religiosa de los objetos de orfebrería es especialmente notoria dentro de tres grandes culturas: la Tairona, con una iconografía recargada que insiste en el poder de los animales sagrados (serpientes, murciélagos y aves), la Muisca, en la cual los objetos destinados a ofrendas abarcaron la mayor parte de los objetos de metal, y la cultura Cauca, cuyo hombre-ave en pleno vuelo representa el vuelo sagrado del ser humano, base iconográfica de toda la estética americana antigua.



La tecnología más notable se dio en el centro del país, en donde los hombres del período Quimbaya Temprano desarrollaron la técnica de la cera perdida y la fundición en varias etapas. La influencia de esta tradición se extendió hacia el norte de Colombia y posteriormente hacía Panamá y Costa Rica. La conquista y colonización del terriotorio por parte de España y Alemania provocó el fin del desarrollo independiente de estas culturas y marcó el abrupto punto final de su producción metalúrgica. Una gran parte del oro fue saqueado y fundido para formar lingotes. Algunas piezas se conservaron en sepulturas y lugares de ofrenda a los cuales no tuvieron acceso los conquistadores.



Entonces vi las cosas que habían sido traídas de la Nueva Tierra del Oro para el Rey... Maravillas de todas clases... Objetos esplendorosos para el uso del hombre, más bellos que cualquier cuento de hadas. En todos los días de mi vida nunca había visto cosa alguna que llenara tanto de gozo mi corazón como estas cosas. Porque ente ellas vi tesoros de arte extraño, exquisitamente trabajados, y me maravillé del genio sutil de estos hombres de tierras distantes. No tengo suficientes palabras para describir las cosas que vi ante mis ojos.” Alberto Durero.

La metalurgia de las sociedades prehispánicas de Colombia se caracterizaba por la abrumadora proporción de piezas fabricadas en oro. Este metal es un material dúctil y maleable que se puede trabajar hasta reducirlo a alambres o finísimos hilos, o martillarse para producir planchas o láminas extraordinariamente delgadas. Es un metal denso y pesado. Virtualmente incorruptible, lo atacan sólo elementos como el cloro presente en la sal marina, el mercurio y el agua regia. Su asociación con el poder sobrenatural, es prácticamente universal. Esta asociación está curiosamente respaldada por sus propiedades químicas y de transmisión del calor y la electricidad en mayor proporción que cualquier otro elemento de la naturaleza. Por su nobleza, suele hallarse en diversas mitologías y religiones representando lo eterno. Por su color y su brillo, es representante del sol, fuerza vivificadora y fuente de fertilidad y procreación.
El sol se ve como el ser creador, el padre de todas las cosas; es un disco dorado que camina por el cielo, y el oro está hecho de su materia. El sol tropical brilla con salvaje poder, y bajo sus rayos de cegadora vitalidad, hace de los objetos hechos de sí mismo, testimonios portables de su magia, visibles desde grandes distancias.


El uso de pectorales, colgantes, narigueras, orejeras y otros objetos de oro, que poseen la energía vital del sol y que pueden "recargarse" al ser expuestos a sus rayos -según una antigua creencia de la tribu de los Kogui que serviría para explicar la preferencia del metal precioso por diferentes culturas orfebres precolombinas- le permite al hombre la posibilidad de participar de la fuerza creativa que rige el universo, de ser su intermediario, su conductor, su portador.El cobre, que no es un metal precioso, estaba lejos de ser olvidado por los orfebres indígenas. Este metal se empleó, en aleación con el oro y en ocasiones con la plata, para la obtención de un cuerpo metálico llamado tumbaga, en proporciones que iban del 40% al 70% de cobre, y el resto de oro. Su composición es sorprendentemente similar a la del elektrum.
Esta aleación posee extraordinarias cualidades. Reúne las propiedades del oro y del cobre, siendo más dura y conservando mejor y por más tiempo los detalles ornamentales. La gama cromática de la mezcla del amarillo del oro y el rojo del cobre es muy extensa.

Las asociaciones rituales, míticas y de prestigio del oro “puro” parecen haber sido determinantes en un aspecto de la técnica de la tumbaga. Algunos objetos de este material, fueron sometidos a un “dorado superficial” consistente en darle a la pieza la apariencia de objeto de oro, acelerando la oxidación del cobre por calentamiento. Al retirarse la capa de óxido de cobre, con una solución de ácido oxálico vegetal, se creaba una cubierta de oro que iba engrosándose a medida que el proceso se repetía.

En las piezas de orfebrería prehispánica de Colombia pueden encontrarse diferentes tipos de representaciones, entre las cuales están:
· Piezas moldeadas de la naturaleza (realizadas en su mayoría con la técnica del enchapado). Entre los arquetipos de esta forma de representación se incluyen conchas de caracoles marinos a las que el orfebre adhirió láminas de oro muy delgadas, con la consistencia del más fino papel. Las conchas mismas han desaparecido, pero quedan las envolturas de oro, que reproducen con fidelidad la forma de aquéllas.
· Piezas que representan formas y objetos orgánicos. Es el dominio de la figuración estricta. Estas piezas se limitan a figuras de caracoles, serpientes y ranas, lo que nos aporta una prueba del valor simbólico de estos animales. Están aparte las formas geométricas. La figura más común dentro de esta categoría, es el sol. Los arqueólogos hablan aquí de los colgantes de orejera circulares y los discos rotatorios como representaciones del sol. Lo que el ojo humano ve del astro a simple vista es una ilusión, la proyección de la fotósfera sobre el fondo del cielo. Sus límites parecen definidos, y por esto se le llama “disco solar”. Dentro de esta categoría formal se encuentran también las placas rectangulares simples y las cintas sin ornamentación.
· Animales fantásticos. Son figuras que mezclan la apariencia física y la simbología de los animales mitológicos. Aparecen entonces dragones, pájaros anfibios y serpientes con cabezas humanas, entre otros.
· Por último tenemos una clasificación especial que realiza el antropólogo Gerardo Reichel - Dolmatoff, agrupando piezas relacionadas con el vuelo del chamán. Existe un extenso grupo de figuras que forman un complejo coherente y articulado del arte chamánico con el tema unificado de la transformación. En los rituales, el sacerdote adquiría la energía de plantas y animales poderosos como el jaguar, el caimán, el murciélago y las aves. De esta transformación mágica dependía el control de las tensiones naturales y sociales.


LOS SIMBOLOS

Los artefactos fabricados en oro, tenían una doble significación dentro de la cultura precolombina. Servían como puente de comunicación entre el mundo del hombre y el de los dioses, que era considerado por ellos como el mundo original, antes de que apareciese el tiempo, y con él, la muerte. Las representaciones de seres humanos, de animales reales y fantásticos, así como su combinación, buscaban reconstruir ese mundo anterior, cuando todos los seres estaban fabricados de la misma materia: para algunos piedra, para otros oro. Estas piezas eran también utilizadas para indicar una cualidad específica dentro de sus grupos sociales, como la pertenencia a determinado clan, o el desempeño de un cargo político.
El hombre prehispánico adoraba a ciertos animales que se destacaban por sus virtudes o que eran temidos por su fuerza y poder, integrándolos a sus mitos, rituales y creencias, expresados en formas volumétricas en las figuras líticas o en los relieves de los petroglifos y la orfebrería.
Los animales mas representados fueron: la serpiente, el jaguar y algunas aves, así como los murciélagos, los monos, las ranas, los lagartos, los armadillos, la zarigüeya, y los insectos, según la región habitada.

A través de las figuras precolombinas es posible aproximarse a la magia, la mitología y la cotidianeidad del hombre primitivo. Sus formas revelan las simbologías, las representaciones de los mitos y leyendas que mediante la asociación de imágenes demuestran la capacidad de síntesis y la creatividad presentes en todas sus manifestaciones artísticas, que permiten al ser humano participar de la realidad divina mediante el símbolo que hace "visible lo invisible" .
Según el sacerdote Martín Canyis, estos símbolos trascienden al individuo, por cuanto están revestidos de “...una dimensión litúrgica que valora lo social sobre lo contingente individual”, y concluye cómo el hombre en “su afán por escapar a la arbitrariedad de un mundo sin sentido, logra, a través de sus expresiones artísticas, una experiencia sensible de lo absoluto”.
Al observar los símbolos precolombinos, se puede ver la importancia dada al agua como origen de las cosas, y a los animales que la habitan. Algunos seres del aire y de la tierra, en especial el águila, el jaguar y la anaconda, irrumpen con frecuencia en el mundo del hombre. Son animales que se mueven con facilidad y destreza en medios distintos del propio, mediadores entre diferentes estadios físicos y del espíritu, y simbólicamente sirven de intermediarios entre el mundo real y el mundo mítico.

El hombre prehispánico, ligado a la naturaleza en una vivencia integral, precibió, analizó y plasmó las características de la flora, la fauna y los fenómenos naturales, para explicar a través de tal entorno el sentido de su existencia. Esa concepción vital derivó hacia las actividades mágico-religiosas, las cuales precisaban objetos ceremoniales e indumentaria especial, así como espacios para la celebración de ritos y danzas. Los mitos son el secreto origen de tales ritos, y sus símbolos aritméticos y geométricos, así como los minerales, los vegetales y los animales, corresponden a los movimientos del sol (día, año), la luna (mes, año), y otras entidades celestes de fácil observación y cuyos ritmos evidentes eran parte fundamental de su pensamiento, así como también los ritmos concernientes a los espíritus o deidades atmosféricas intermediarias, en especial los vientos.


G. Reichel-Dolmatoff se refiere al pensamiento de los indios Kogui de Colombia: “Partiendo de un concepto dualístico, de opuestos complementarios, se amplían luego las dimensiones a una estructura de cuatro puntos de referencia. Es este un concepto estático, bidimensional, en el cual, en un plano horizontal se divide el mundo en cuatro segmentos. El modelo paradigmático son los cuatro puntos cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste”.
Asociada con ellos encontramos una larga serie de aspectos, personajes míticos, animales, plantas, colores y actitudes. En primer lugar, los progenitores de los cuatro clanes principales, junto con sus mujeres respectivas, ocupan los cuatro puntos cardinales y son sus Dueños. En segundo lugar, se asocian con estas direcciones los animales que se relacionan con los clanes: en el Norte el marsupial y su mujer el armadillo; en el Sur el puma y su mujer el venado; en el Este el jaguar y su mujer el cerdo salvaje, y en el Oeste el búho y su mujer la serpiente.

Ya que se trata de clanes patri y matrilineales en los que la pertenencia se hereda de padre a hijo y de madre a hija, la relación de los opuestos complementarios se expresa en el hecho de que el animal femenino (armadillo, venado, cerdo, serpiente) es precisamente la presa y comida preferencial del animal 'masculino' (marsupial, puma, jaguar, búho). Son pares de antagonistas simbólicos. Siguen las asociaciones de colores: Norte-azul, Sur-rojo, Este-blanco y Oeste-negro. Por otro lado, el color rojo (Sur) se clasifica entre los colores claros y forma así, junto con el blanco (Este) un lado bueno, en oposición al lado malo formado por el Norte y el Oeste que tienen colores oscuros.
Las asociaciones con cada punto cardinal son múltiples, pues cada clan es al mismo tiempo dueño de ciertos animales, plantas, minerales, fenómenos atmosféricos, objetos manufacturados, bailes y cantos.



LA CONTEMPORANEIDAD

Las sociedades contemporáneas viven en un estado de mutuo intercambio de valores. Su actual carácter híbrido conduce a los procesos de resignificación que el hombre ejecuta constantemente sobre su cultura, en permanente renovación.
Actualmente las culturas se encuentran en estado de redefinición, como consecuencia de las redes de comunicación y de los intercambios económicos mundiales. Los mitos antiguos se desdibujan frente a la cultura del espectáculo. Los nuevos héroes y heroínas son personajes ficticios creados por la cultura de consumo. Las estrellas del cine, la Barbie, son ejemplos a imitar. Los íconos locales han comenzado a desaparecer, conviertiéndose en souvenirs para los turistas. Los medios audiovisuales, principalmente la televisión, irrumpen en la cotidianeidad, modificando las prácticas sociales y los hábitos de consumo. El sujeto contemporáneo se encuetra inmerso en un campo de fuerza donde lo mundial y lo local se repelen y se atraen a la vez, obligándole a apropiarse de fragmentos de diferentes procedencias para darle sentido a su realidad, lo cual le lleva lentamente a una pérdida de su identidad, en la que se confunde toda la información que recibe a diario, sumada al mundo ficticio que crea la publicidad.
El cambio del hombre primitivo hacia estos paradigmas de la pluriculturización fue, por supuesto, gradual y casi imperceptible durante el período medieval. Gracias a los viajes de Marco Polo a China y de Cristóbal Colón a América, los habitantes de Europa comenzaron a cobrar plena conciencia de la existencia de culturas cuyos valores diferían de los suyos. De igual forma, el viaje a las tierras extrañas hizo posible el contacto con productos artísticos de culturas no occidentales. En este sentido, es bien conocido el sentimiento de admiración que provocaron en Alberto Durero, por citar un ejemplo, las obras de arte prehispánicas.
La creación “exótica” de estos hombres primitivos terminó por ocupar un lugar periférico en los sistemas del arte occidental. Las creaciones de las culturas no occidentales fueron consideradas como productos de pueblos atrasados y salvajes. El interés en el arte de las culturas marginales, para el primer mundo, no era propiamente estético, sino, en todo caso, antropológico y económico: obras de autores anónimos, que no merecían un lugar en los museos de bellas artes, por lo que debían conformarse con figurar en las vitrinas de los museos de etnología, o resignarse a desaparecer para ser fundidas y convertirse en monedas del rey. Para los hombres precolombinos, el oro en estado puro no tenía un valor igual al otorgado dentro del mundo moderno, y sólo adquiría todo su valor al ser asociado con una categoría simbólica. La conducta de los conquistadores resultaba entonces incomprensible para los indígenas americanos, quienes llegaron a preguntarse, según el testimonio oficial de las crónicas, si estos hombres o dioses extraños comían oro, pues sólo así se podría justificar su ansiedad por conseguirlo.
Es posible afirmar que el descubrimiento de la alteridad por parte de Occidente tuvo lugar tras los grandes viajes de los exploradores europeos a partir de los siglos XIV y XV, precisamente cuando se comenzaban a gestar los principios científicos, políticos y económicos que dieron origen a la modernidad.
Con el paso de los siglos, al pasar del XIX al XX, aparece la posibilidad tecnológica de reproducir el arte, la cual generó cambios radicales en la valoración de la imagen, posibilidad que ha cobrado actualmente un valor cada vez mayor. El ensayista Walter Benjamin, brillante precursor de una preocupación filosófica cada vez más actual y analizada, fue quizás el primero en destacar ampliamente por escrito, en la década de los 1930´s, la importancia de la imagen en la modernidad como ente que transformaría el arte inevitablemente de un modo nuevo y definitivo. En su artículo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, Benjamin desarrolla y utiliza, como prólogo, un comentario breve que Paul Valéry incluyó en su “Pièces sur l'art”, comentario que cito textualmente a continuación:
“En un tiempo muy distinto del nuestro, y por hombres cuyo poder de acción sobre las cosas era insignificante comparado con el que nosotros poseemos, fueron instituidas nuestras Bellas Artes y fijados sus tipos y usos. Pero el acrecentamiento sorprendente de nuestros medios, la flexibilidad y la precisión que estos alcanzan, las ideas y costumbres que introducen, nos aseguran respecto de cambios próximos y profundos en la antigua industria de lo Bello. En todas las artes hay una parte física que no pude ser tratada como antaño, que no pude sustraerse a la acometida del conocimiento y la fuerza modernos. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace veinte años, lo que han venido siendo desde siempre. Es preciso contar con que novedades tan grades transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa la noción misma del arte”.La imagen contemporánea, ya para las grandes masas y no para el artista, pasa de ser una abstracción del mundo en dos dimensiones, a convertirse en una ilusión que amenaza con ser creída. Las últimas tecnologías de la virtualidad, nos hacen adentrarnos en un mundo irreal, recreándolo en tres dimensiones. Una ilusión perfecta, casi real, que acaba con el juego de lo no creíble mediante el uso de la reproducción, de la reeedición de lo real, planteándose así la gradual disolución de la identidad, para llegar finalmente al extremo antes inimaginable de la exterminación directa de la individualidad por la aparición de su doble: la clonación.


EL MUNDO CHAMÁNICO




Para penetrar en el complejo mundo de la significación de la orfebrería precolombina, es preciso reconstruir la cosmovisión del chamán indígena, personaje fundamental dentro de las sociedades antiguas.
El chamanismo aparece en las sociedades prehispánicas como un sistema de creencias y prácticas religiosas que tiene como fin organizar y explicar las relaciones entre el hombre, la naturaleza y el cosmos, un camino hacia la búsqueda del lugar del individuo en el mundo, experiencia que tiene sus bases en prácticas visionarias.
El escritor Carlos Castañeda define: “El chamanismo es un estado de conciencia; la capacidad para usar campos energéticos que no se emplean al percibir el mundo de la vida cotidiana que conocemos.”




Para los indígenas, el cosmos se encuentra estratificado, es una secuencia de mundos superpuestos, formado principalmente por el mundo terrestre, el mundo subterráneo, y el mundo celeste.
Para los chamanes, estos mundos poseen otras dimensiones, visitadas durante los llamados vuelos o trances. Existe además la creencia de que en tiempos remotos, el hombre tenía la posibilidad de comunicarse con estos mundos por medio de una escalera, un puente o un camino secreto, mas dicha comunicación fue interrumpida.

“Una de las bases fundamentales del chamanismo, es el dominio de los procedimientos que posibilitan la inducción de estados de conciencia alterada, la cual pasa por tres fases fundamentales. Durante su experiencia, el chamán comienza a tener alucinaciones, que en un principio reproducen formas geométricas, como lineas rectas, curvas, etc, y que después pasa a racionalizar, interpretándolas. En su último estado aparecen las percepciones alucinatorias zoomorfas, animales monstruosos, seres humanos y objetos ilusorios. Una sensación de vuelo o la ilusión de conversión en animales totémicos determinados por la situación cultural y geográfica”, J. Clottes y Lewis Williams.
Según las creencias chamanísticas de ciertas tribus, los mundos escalonados que yacen fuera de esta tierra, corresponden a un microcosmos, que consiste en una secuencia de dimensiones del propio mundo interior del hombre, una representación de la escala interna de la conciencia humana.El chamán es también el hombre-pajáro, el dueño y compañero de todas las aves, grupo más versátil de la fauna colombiana. En muchas comunidades, los chamanes portan máscaras de aves y se adornan con coronas de plumas, llevan cuerdas emplumadas sobre la espalda, o incluso se cubren el cuerpo con plumas, llegando a utilizarlas para adornar los objetos rituales.

Esta relación entre el chamán y los animales origina las representaciones simbólicas más diversas, siendo éstos últimos, auxiliares, mensajeros o ejecutores. Algunos animales que pasan del todo desapercibidos para el mundo actual, son animales chamánicos de inmenso poder y rango: una lagartija, una pequeña rana. Si se estudia su anatomía, su aspecto o comportamiento, pueden descubrirse las características que los identifica con el mundo del chamán.


La figura chamánica tiene también un significado dual, simbolizando por una parte la procreación y por otro la muerte, asociados con la lechuza y el murciélago. Por su carácter agresivo, frecuentemente se le ve repesentado como un guerrero. Sus atavíos, sus máscaras y sus gestos pueden llegar a parecer animalmente intimidantes y violentos, inspirando temor reverente.


LA PIEZA ANTIGUA : EL HOMBRE-PÁJARO



Partiendo de la representación del hombre-pájaro dentro del grupo de figuras pertenecientes al estilo Tolima, he escogido, como base para el desarrollo de mi pieza, este hombre-pájaro, cuyas extremidades son rigurosamente angulares y representa un chamán-ave en pleno vuelo. Su cabeza, con facciones humanas, luce en la parte superior un tocado de plumas presentado por los calados.Dentro de las representaciones plásticas del vuelo chamánico, el hombre-pájaro juega un papel fundamental, al existir una gran cantidad de piezas de orfebrería que sintetizan evolutivamente esta idea. Todas tienen en común un patrón básico constituído por un par de alas y una cola desplegada. Cada comunidad representa su fauna de diferente modo, por ello dentro de las figuras halladas aparecen diversas especies de aves entre las cuales se cuentan el águila, el tijeretero o el tucán, y cada una significa un aspecto dentro de la transformación del chamán, de acuerdo a sus características físicas y de comportamiento.

En el caso de las representaciones de pájaros con las alas abiertas y la cola desplegada, posiblemente la intención del artista indígena era dar expresión al concepto de vuelo, haciendo todas ellas énfasis en el poder de volar, ascender, verlo todo desde otro lugar más alto.
Dentro del estilo Tolima se pueden distinguir dos categorías:
– Figuras humanas aladas y con cola bifurcada.
– Figuras de mayor abstracción, generalmente pequeñas, con extremidades típicamente angulares.En éstas últimas las colas se confunden con piernas de patrón casi antropomorfo y las alas se asemejan a brazos. Las cabezas son en ocasiones humanas y portan coronas, y otras veces son de aves o simplemente lucen un par de espirales. Generalmente son figuras planas. Aunque existen paralelismos entre las representaciones de los diferentes grupos indígenas en cuanto a ciertos elementos adicionales como caras, cinturones, espirales y calados, hay un momento -el justamente previo a a conquista de América- en el que aparecen las abstracciones geométricas en las que difícilmente reconocemos la figuración del patrón básico inicial, reduciéndose la pieza a esquemas, signos, lo cual dificulta su interpretación dentro del sistema de narrativa visual actual, pese a que para los integrantes de la tribu cada pieza narraba claramente algún aspecto del vuelo chamánico.


La cola desplegada evolucionó formalmente hacia dos trazos en eje que descienden en ángulos rectos, trazos que frente a un observador moderno podrían aparecer como dos piernas, al igual que las alas pasarían por brazos. También hay ocasiones en las que las metáforas no aparecen claramente expresadas, debido posiblemente -tal como en el arte actual- a que no todos los artesanos poseían el mismo grado de entendimiento.
“Uno de los obstáculos más frecuentes en el estudio general de las figuraciones, es el paso de una forma a la otra cuando el artesano ha dejado de entender el tema que reproduce”. Leroi Gourhan.
Todas estas piezas reflejan formas de pensamiento que eliminan la distancia entre el chamán y el hombre, hasta formar un solo ser con características duales: su lado humano, racional, no es separable de su lado animal, instintivo. La experiencia chamánica sienta sus bases en la ingestión de sustancias alucinógenas que acercan al hombre a su naturaleza, o a su otra naturaleza, intensificándose durante los trances su percepción del cosmos.
La figura elegida pertenece a este grupo de piezas, en las que el hombre-pájaro penetra otras realidades que lo llevan a un descubrimiento interior. Según estos seres hace siglos desaparecidos salvo por su obra, se trata de un descubrimiento interior que consigue guiar al ser humano hacia el deseo de respetar a los demás y a la naturaleza.

LA PIEZA PROPUESTA : EL HOMBRE PÁJARO CONQUISTADO


Sin precedente alguno a lo largo de su historia de siglos, la llegada de los conquistadores europeos a América fue el suceso histórico que mayor desconcierto, conmoción y caos produjo dentro de las sociedades nativas. Los americanos, confundidos debido a razones religiosas propias, asistieron al desmoronamiento de sus ciudades y al doloroso naufragio de sus esquemas de valores.
En el primer cuadro del acto de la conquista, los recién llegados, armados y en espera de la dura batalla, descubren que los dueños de casa salen pacíficamente a las orillas del mar a recibirlos, afectados por la sorpresa, la timidez y la curiosidad. Los indígenas lentamente se deciden y se acercan a tocar sus barbas, sus ropajes, sus armas.
En el segundo cuadro, los extranjeros se descubren acogidos por una sociedad de lengua y costumbres desconocidas, y los cronistas llegados de ultramar coinciden a lo largo de sus manuscritos en que el hecho que por sobre todos los demás resaltaba en las sociedades indígenas era su comportamiento sexual, que en apariencia desconocía el pudor público. Los hombres de mar, encantados, de inmediato se incluyen entre los admiradores de las aldeanas y participan en celebraciones con bebidas fermentadas y orgías de bienvenida.
Para el tercer cuadro, las autoridades políticas y religiosas se preguntaban quiénes eran los llegados, y cómo explicarían su existencia y origen a la tribu sin apartarse de sus creencias. Los visitantes, en su gran mayoría gente de mal, miserables paupérrimos, hombres sin fortuna -ni estudios- en su tierra de origen, descubren que en su nuevo paraíso los juguetes se fabrican con oro, y descubren también que si ellos toman estos juguetes de oro, sus dueños no se molestan.
En ese momento ya existe en la mente de los indígenas la creencia de que los conquistadores eran sus dioses que habían venido del fondo del mar. Posiblemente su idea no hizo más que confirmarse al ver que esos dioses intentaban reunir la mayor cantidad posible de objetos religiosos amarillos, ya que es natural creer que estando tales objetos hechos de sol, los dioses deseen reencontrarse con su materia.
Es fácil imaginar las opiniones encontradas dentro de la tribu. Es fácil imaginar las opiniones encontradas dentro de los conquistadores: también había presencia religiosa, y si se pensaba regresar a España, y se pensaba, ni la corona ni la iglesia consentirían en sus fieles conquistadores el libertinaje. Por tanto y a regañadientes, termina la fiesta, se rastrea todo el oro que hoy criminalmente continúa siendo el oro de los bancos del primer mundo, se desempolvan las olvidadas espadas, y los dioses sin previo aviso cierran el acto con un cuadro final en el que corre toda la sangre imaginable y se detiene brutalmente y para siempre la producción artística de objetos de oro.
En este paisaje de hipócrita prohibición del sexo, que a partir de un momento por fuerza se castiga con la muerte, he construido mi pieza como un retrato de época.
Es un indígena en ese preciso momento histórico, relativamente consciente de su experiencia vital, siendo por tanto un chamán, y tratándose de una pieza actual, he buscado un símbolo que para la sociedad actual pudiese significar visualmente el vuelo chamánico, la ascensión, por ello uno de sus ojos se transforma en la escalera que sube más allá de los límites de su cabeza.




Martha Gómez, Barcelona, 2004






























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